TEMA
La magia negra y la venganza
IDEA
embrujar para vengar
OBJETIVO
Demostrar que la magia negra no es como la pintan, sino por el contrario es algo que necesita más la inteligencia que artilugios y sacrificios y que la religión no es la respuesta a todo, sino más bien en ocasiones es amenazante
MENSAJE
La magia es la inteligencia
HISTORIA
Había una vez un evangelista de boca grande y perversa que incomodaba todos los días con sus sermones la manera de trabajar de un mago. Gustaba de ponerse en su mismo camino para atormentarle con sus ideas fundamentalistas e inquisidoras. Desde el momento en que descubrió que era seguidor de un grupo ocultista - filosófico estrechó su acoso y emprendió una escalada de ataques, fervorosamente apoyados por algunos fieles, hacia ese hombre, como si estuviera realizando algún tipo de cruzada personal. Su plan, al parecer, era aburrirle con amenazas vagas sobre su Dios y provocarle temor ante la destrucción que esas prácticas traerían a su alma inmortal.
Nadie sabía si quería destruirle o convertirle, pero lo cierto es que la situación se hizo insostenible con el paso de los días, especialmente porque ese mago debía pasar forzosamente por su calle diariamente para ir a su trabajo. El mago quería evitar a ese evangelista y por eso prefirió guardar silencio y soportar sus frases amenazadoras e injuriosas, aunque no por ello dejó de oír las numerosas voces pidiéndole que abrazase sus ritos y dioses.
Finalmente, el mago se enfadó y pensó que ya era el momento adecuado para poner en práctica sus conocimientos de magia negra para librarse de lo que consideraba un ser pestilente y molesto. Un día, el predicador dejó caer uno de sus panfletos con versículos que solía leer durante sus actos religiosos en su iglesia. Para el lector no informado le diré que son como una multa pero contra el alma. Indudablemente, la invocación a Satanás estaba dando resultado porque en esa hoja estaba el nombre del evangelista, su dirección y número de teléfono, pues deseaba que la gente acudiese a él en demanda de ayuda.
Rápidamente, nuestro protagonista se inclinó, recogió la hoja de versículos y la arrugó en su bolsillo de la manera más discreta posible. Ahora tenía planes reales para este tipo y no quería que el supiera de este acontecimiento fortuito, por lo que decidió esperar con paciencia un tiempo antes de actuar. Pasó un mes y otro, antes de que se asegurase que el predicador se había olvidado de su tracto y que no le había visto recogiéndolo, y escogió el momento y lugar adecuado para su venganza.
¿Ha oído usted alguna vez de cómo una pequeña bola de nieve que rueda por una montaña, recogiendo residuos, suciedad, piedras y nieve, termina por ser tan grande que arrasa casas y automóviles? Un ejemplo de esta serie de eventos se explica con la frase “La salida es pequeña, pero la llegada es gigantesca”, aunque algunos lo comparan a un orgasmo retardado. Sin embargo, el mago sabía que el tiempo jugaba a su favor y que para que todo fuera correcto tenía que encontrar un segundo jugador en su pequeño drama de venganza. El mal siempre engendra mal si somos pacientes.
Un día, mientras estaba tratando de encontrar un espacio para aparcar en el centro comercial local, la magia, una vez más comenzó a moverse. Un automóvil estacionado estaba comenzando a Salir y le dejó que diera marcha atrás y el suficiente espacio para maniobrar, respirando tranquilo por tener ya un lugar para estacionar. Entonces, y como una llamarada, un conductor hosco, montado en un automóvil negro y conduciendo por dirección prohibida, entro en la plaza de aparcamiento con absoluta chulería. Ese hombre salió de su automóvil e, ignorando los comentarios sobre su comportamiento, se fue sin ni siquiera mirar atrás. Bien, así sea; no era cosa de pelear por un trozo de asfalto que pertenecía al centro comercial.
Todas las cosas buenas vienen para quien las desea y espera, y en la ventana trasera de ese coche había una nota poniéndolo en venta, dando su número de teléfono del desagradable individuo. Apuntó presuroso ese número que consideraba en ese momento como premio del destino y buscó otro lugar para aparcar lejos de allí.
Esa noche, contaba luego el mago, puse el número de teléfono de ambos, el evangelista y el conductor mal educad, en la memoria de mi teléfono y usando un pretexto ficticio les llamé. Riéndome entre dientes fingí interés por su vehículo y pronto me proporcionó su dirección y nombre personal: “Mi nombre es Carlos Andrade, vivo en la avenida Machala, edificio d6, en el departamento A 18-3, al norte de la ciudad. Le espero a las 4:30 Pm, y el automóvil está en la calle donde usted puede verlo”
Perfecto, mi pequeña venganza diabólica comenzaba ahora. Como si fuera una pelota de nieve rodando, llamé todas las noches a cada uno de mis ofensores durante un mes diciéndoles simplemente “es usted un idiota” y colgaba inmediatamente. Cuando los días pasaron, empezaron a sentirse molestos y deprimidos por mis llamadas, pasando del insulto a la amenaza y al ruego para que dejara de llamarles. La tensión era tanta que una vez que el predicador me preguntó con voz agitada: “¿Quién es usted, hijo del diablo? ¿Cuál es su nombre y dónde vive?”. Comprendiendo entonces que este cascarrabias estaba mostrando su verdadera cara y ya no era aquel emisario de Dios, tan amable y pacífico, simplemente dije: “Mi nombre es Carlos Andrade y vivo en la avenida Machala, edificio d6, en el departamento A 18-3, al norte de la ciudad”. Por supuesto tomó nota de esa dirección y me contestó: “Quédese ahí, hijo de Satanás, y ahora mismo le veré para darle de puntapiés en su trasero y sacarle calle abajo como si fuera una asno”.
Me figuré que le llevaría al predicador por lo menos media hora atravesar la ciudad hasta el lado norte y encontrar a Carlos Andrade, por lo que puse el resto de mi plan en movimiento. Sabía que cronometrar todo a la perfección era de suma importancia para el éxito e mi venganza, pero tenía ya todo el itinerario perfectamente planeado. Sabía la duración de cada semáforo y el tiempo que se invertía en llegar de un lugar a otro. Por fin, el juego había comenzado y cuando estuve seguro de que ambos ya se habían encontrado y que la pelea era un hecho, llamé a la policía desde una cabina telefónica cercana y les dije que había un tipo pegando a otro a la altura de la avenida Machala y Ramón Balboa. También llamé a las emisoras de televisión y radio locales, diciéndoles que había una guerra de bandas rabiosas en esa misma dirección.
Compré una bolsa de canguil y una bebida fría en la tienda de un centro comercial cercano a donde se desarrollaban los acontecimientos y, con el motor de mi auto apagado y perfectamente estacionado, esperé discretamente a que la película continuara su curso. Cuando los medios de comunicación llegaron, un poco después de los autos de la policía, el predicador y el conductor mal educado estaban ya en pleno intercambio de puñetazos, mientras yo procedía a ingerir la palomita 35 o 36, no lo recuerdo con exactitud y apuraba la última gota de mi refresco.
martes, 5 de agosto de 2008
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